Las últimas semanas, Tiktok estalló con un nuevo hit que generó la frustración de Bad Bunny, quien se vio enfrentado a Flow GPT y “NostalgIA», una canción generada por una inteligencia artificial entrenada para imitar su estilo y el de muchos otros autores e intérpretes. Tras el lanzamiento -y viralidad- de este tema, el debate sobre los límites de la inteligencia artificial (IA) se ha encendido y una de las preguntas más frecuentes es ¿cómo está afectando la IA a la industria cultural?
Este caso, como muchos, representa un encuentro entre lo analógico y lo digital que no solo plantea preguntas sobre la autoría, sino que también destaca el cambio de paradigma en la forma en que la IA se inmiscuye en la creación artística. En este caso, para dar vida a «NostalgIA», Flow GPT involucró un algoritmo alimentado por datos de entrenamiento, donde la IA imitó la técnica y la composición del artista puertorriqueño. En este caso particular, la IA se inspiró en el último álbum del artista para sacar la canción, lo que realza el debate sobre la frontera entre la originalidad humana y la habilidad de la IA para crear obras derivadas.
Y, aunque Flow GPT se autodenomina como un «artista potenciado por GPT», otro punto de la discusión se centra en si la IA puede ser considerada verdaderamente como un creador. No obstante, la respuesta a esto es sencilla ya que mundialmente se define al autor como “PERSONA que ha realizado una obra científica, literaria o artística”.
Ante la confusión de los internautas entre la respuesta de Bab Bunny y la viralidad de la canción que suena con su voz, se ha verificado que la línea entre la inteligencia humana y la artificial se vuelve casi imperceptible en muchos casos. La IA, al simular la creatividad de Bad Bunny, Justin Bieber, Daddy Yankee y otros autores e intérpretes, plantea la necesidad de tener regulaciones específicas que equilibren la innovación tecnológica con la protección de los derechos creativos.
El caso de «NostalgIA» abre un abanico de necesidades para la industria cultural y específicamente el derecho de autor. Mientras la industria se adapta a esta nueva era de la inteligencia artificial, es necesaria la creación de regulaciones que fomenten su coexistencia y la innovación tecnológica. En ese sentido, se debe pensar en una regulación que requiera de la autorización del creador original para alimentar las bases de datos de entrenamiento de la IA; incluso contemplar una propuesta de licencias específicas para la IA y la posible compensación económica para proteger los derechos de los artistas.
La IA no es una amenaza; es una herramienta que, con la orientación adecuada, puede potenciar y enriquecer las expresiones culturales en muchos sentidos. La colaboración potencial entre artistas y la IA es una opción que podría definir el futuro de la creatividad, ya que la IA debería utilizarse como una herramienta que complementa y no que suplanta la creatividad real de los seres humanos.
El caso Bad Bunny vs. Flow GPT va más allá de ser un enfrentamiento entre un ícono musical contra la IA; es un llamado a la reflexión sobre cómo nuestra industria cultural debe regular la revolución creativa impulsada por la inteligencia artificial y, al mismo tiempo, verla como una aliada en la creación de nuevas posibilidades para la industria.